Solo unas semanas antes de que aparecieran los primeros casos de COVID-19, Gallup publicó su última encuesta sobre la opinión de los estadounidenses respecto a los distintos sectores empresariales. Y de los 25 sectores analizados, la industria farmacéutica ocupaba el último lugar. Estaba por debajo de la industria publicitaria y de las empresas petroleras y gasísticas; estaba incluso por debajo del sector bancario.
Por supuesto que la pandemia y las nuevas vacunas le han dado un vuelco a la situación, pero no debemos olvidar por qué la reputación de las farmacéuticas llegó a caer tan bajo…
… o por qué la industria alcanzó un tamaño tan enorme. En este momento, una sola empresa, Johnson & Johnson, está valorada en unos 450 000 millones de dólares, lo que equivale aproximadamente a la economía de Noruega.
El nacimiento de los gigantes
La idea de una poción milagrosa o de un elixir que todo lo cura se remonta al menos hasta los tiempos de la mitología griega. La diosa Panacea, de hecho, es mencionada en el juramento hipocrático.
Sin embargo, la aparición de la industria farmacéutica moderna es más reciente, pues se produjo a lo largo del siglo XIX. En los últimos años de ese siglo la empresa alemana Bayer lanzó sus primeros grandes éxitos comerciales, entre los que se encontraban la aspirina y las medicinas basadas en la heroína.
Aproximadamente en esa época algunas farmacéuticas estadounidenses pelearon para lograr la protección de patentes, o, lo que es lo mismo, los derechos exclusivos de comercialización de un fármaco durante un determinado periodo de tiempo. Hacia la década de los 50 lograron imponer su criterio, y Estados Unidos se convirtió en el mayor mercado mundial de medicamentos.
Además de las patentes, el otro gran pilar del éxito de las farmacéuticas fue el derecho que adquirieron a vender medicamentos directamente a los médicos. Y, en Estados Unidos, también de forma directa a los consumidores, a través de los anuncios de televisión.
A comienzos del siglo XXI, en esos años oscuros previos al surgimiento de Facebook y de las grandes empresas tecnológicas, las farmacéuticas se encontraban entre las empresas más rentables del mundo.
Medicamentos maravillosos, curas milagrosas
Está claro que existen muchas medicinas que alargan la vida y reducen el sufrimiento. Y, a pesar de que hay que ser cautos para no caer en exageraciones, en algunos casos hablamos de avances enormes.
Los antibióticos revolucionaron el tratamiento de las infecciones mortales y al mismo tiempo supusieron un gran impulso para la ciencia.
En la década de los 40 del siglo XX, uno de los primeros “ensayos controlados aleatorios” fue un test para evaluar la eficacia de la estreptomicina para el tratamiento de la tuberculosis.
En la década de los 80 se desarrolló otro famoso tipo de medicina milagrosa, aunque ahora para combatir la epidemia de VIH/SIDA. Este nuevo y misterioso virus, que para mucha gente supuso una sentencia de muerte, pronto se convirtió en una enfermedad tratable.
Y a pesar de que algunos cánceres siguen siendo incurables, otros pueden tratarse e incluso prevenirse con medicamentos a los que simplemente cabe calificar como milagrosos.
Precios desorbitados y evasión de impuestos
Pero estos medicamentos milagrosos han tenido un lado oscuro. Tal como ha destacado la Organización Mundial de la Salud, el abuso de antibióticos ha hecho que la resistencia a estas sustancias suponga “una de las mayores amenazas para la salud mundial”.
Tanto los precios excesivos como las patentes de los medicamentos contra el VIH hicieron que estos medicamentos fueran inaccesibles para las personas pobres. De hecho, solo se consiguió que bajaran los precios por la presión ejercida a través de grandes campañas a escala global que abogaban por un mayor acceso a estos productos.
Y en lo que respecta al cáncer, las farmacéuticas han exigido precios altísimos por productos que en ocasiones procuraban beneficios mínimos.
Estos precios desorbitados contribuyeron a que las farmacéuticas tuvieran beneficios ingentes, pero al mismo tiempo hundieron su reputación. Un ejemplo famoso fue el del Epipen, un medicamento capaz de salvar vidas y cuyo precio se disparó más del 400 %. Este caso contribuyó a convertir el precio de las medicinas en un tema importante en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016.
La industria afirma que estos altos precios sirven para financiar investigaciones vitales. Sin embargo, sus detractores sostienen que estas empresas en ocasiones gastan más en marketing que en investigación, y que sus beneficios muchas veces provienen de investigaciones financiadas con dinero público.
Y para empeorar las cosas, las grandes farmacéuticas se encuentran también entre los mayores evasores fiscales. En una sesión celebrada en 2015 en el Senado de Australia se afirmó que las farmacéuticas pagaban tan solo el 1 % de impuestos.
En esta misma línea, un informe mundial de Oxfam publicado en 2018 concluía que la industria farmacéutica estaba “defraudando a los Estados miles de millones por impago de impuestos”.
Los daños del marketing tóxico
El mayor problema de los gigantes farmacéuticos es la influencia perniciosa que tienen sobre la medicina. La industria controla la investigación, y existen evidencias sólidas de que los estudios financiados por empresas tienden a presentar sesgos que favorecen al producto patrocinado.
La formación de los médicos también es objeto primordial de patrocinios por parte de las farmacéuticas, y aquí también hay evidencias que apuntan a que existe un vínculo entre el mero hecho de que un médico acepte ser invitado a comer en un “evento de formación” y que prescriba en mayor medida el medicamento patrocinado.
Y las directrices sanitarias, que pueden tener una enorme influencia en los medicamentos que prescribe un doctor, en demasiadas ocasiones están elaboradas por expertos médicos que tienen vínculos con farmacéuticas.
Una pieza fundamental de estos esfuerzos de marketing son los expertos médicos de prestigio (a los que en ocasiones se les llama “líderes de opinión clave” –key opinión leaders–) y que, a pesar de decirse independientes, aceptan dinero por consultas, asesorías o presentaciones “formativas” dirigidas a otros médicos.
Un antiguo representante de ventas de alto rango de una destacada empresa farmacéutica se convirtió en confidente y lo expuso claramente en un artículo publicado en British Medical Journal:
Los líderes de opinión clave eran vendedores que trabajaban para nosotros, y por nuestra parte calculábamos de forma rutinaria los retornos de nuestras inversiones haciendo un seguimiento del número de prescripciones realizadas antes y después de las presentaciones.
Si ese ponente no tenía el impacto que esperaba la empresa, no se le volvía a invitar.
Este marketing tóxico implica que en demasiadas ocasiones se favorezca la prescripción de pastillas modernas y caras frente a otras más viejas y baratas, o bien que no se haga nada en absoluto en relación a ciertos productos, lo que provoca un gran daño y supone un derroche de preciosos recursos.
Delitos empresariales
En 2009 se produjo el mayor acuerdo extrajudicial por fraude médico de la historia. Pfizer se vio forzada a pagar una multa de 2 300 millones de dólares por promoción ilegal, difusión de contenidos falsos o engañosos sobre la seguridad de sus medicamentos y soborno a médicos. Incluyó el pago de una multa penal de 1 200 millones de dólares, la mayor pagada nunca en Estados Unidos en un proceso penal.
Resultó que uno de los confidentes del caso había sido miembro de un equipo especial de ventas de Pfizer encargado de promocionar la Viagra. Este confidente reveló que regalaban a los médicos desayunos, comidas, cenas, cursos de golf, entradas para espectáculos de Broadway y para partidos de béisbol, y también distintos servicios en estaciones de esquí, casinos y clubs de striptease.
En 2013 Johnson & Johnson pagó un total de 2.200 millones en multas por procesos civiles y criminales por primar “los beneficios económicos sobre la salud de los pacientes”. Y es que la empresa había promocionado de forma ilegal potentes fármacos antipsicóticos, como sustancias para el control del comportamiento de los ancianos y las personas más vulnerables, exagerando los beneficios y subestimando los peligrosos efectos secundarios del producto, que incluían un mayor riesgo de sufrir ataques cerebrales.
Otros documentos judiciales que datan aproximadamente de la misma época muestran cómo el gigante multinacional Merck usaba trucos sucios para testar y defender Vioxx, su polémico medicamento para el tratamiento de la artritis. Merck creó una revista médica falsa y realizó listas secretas de personalidades académicas críticas que había que “neutralizar” y “desacreditar”.
Al final Vioxx fue retirado del mercado porque estaba provocando ataques al corazón. Según estimaciones publicadas en The Lancet, hasta 140 000 personas podrían haberse visto afectadas por patologías coronarias graves como consecuencia del consumo de este medicamento.
Investigación y reformas
Escándalos como el de Vioxx han manchado la imagen de la industria y han provocado que se le someta a un escrutinio mayor.
La Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos elaboró un informe de referencia en el que se defendía que la proximidad entre los médicos y las farmacéuticas podía poner en riesgo la integridad de la ciencia, la objetividad de la formación, la equidad en el cuidado médico y la confianza de los ciudadanos en la medicina.
Tras una serie de sesiones en el Congreso de Estados Unidos sobre estas prácticas de marketing tóxico se creó el Open Payments, un registro obligatorio en el que se han de publicar los pagos que cada compañía realiza a cada médico.
En todo el mundo se están poniendo en práctica reformas que buscan aumentar la transparencia y la independencia. Italia creó un impuesto especial a la publicidad de las farmacéuticas para financiar investigaciones de interés público, y Noruega, por su parte, ha decidido no reconocer plenamente a aquellos médicos que se benefician de formaciones patrocinadas por farmacéuticas.
Pero aún queda un largo camino por recorrer. Un estudio de 2020 reveló que el 80 % de los doctores que dirigían las organizaciones médicas más importantes del mundo aún recibían dinero de farmacéuticas y de empresas de producción de dispositivos médicos, ya fuera en concepto de financiación de su investigación, de pago de asesorías o procurándoles alojamiento en hoteles.
Incluso algunas agencias que analizan medicamentos, y particularmente la Administración de Fármacos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, en sus siglas en inglés), aún obtienen una parte significativa de sus fondos de las farmacéuticas, que pagan para que sus fármacos sean analizados.
Y el marketing tóxico no ha desaparecido. Tan solo el mes pasado un grupo de farmacéuticas entre las que se encontraba Johnson & Johnson acordó pagar un total de 26 000 millones de dólares por su responsabilidad a la hora de alimentar la epidemia de opiáceos.
Prescribir confianza
Se ha publicado que el presidente de una farmacéutica afirmó el año pasado que la industria tenía “una oportunidad de las que solo se dan una vez en cada generación” para restaurar su reputación.
Dado que las prácticas deshonestas hicieron que la credibilidad de las farmacéuticas tocara fondo, sería inocente pensar que la pandemia acabará por arte de magia con todo el marketing tóxico y con los precios abusivos.
Y es que cualquier recuperación postpandémica exigirá una reforma integral.
Este artículo forma parte de la serie mundial de The Conversation El negocio de las farmacéuticas. Puedes leer el resto de artículos aquí.
Ray Moynihan es profesor adjunto del Institute for Evidence-Based Healthcare de la Universidad de Bond y profesor adjunto de la Universidad de Sidney. Recibe financiación a través de becas competitivas del Consejo Nacional de Salud e Investigación Médica de Australia, financiado con fondos públicos. Ray ha escrito e investigado sobre la influencia de la industria farmacéutica durante casi 25 años y es autor de 4 libros sobre el negocio de la medicina.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.